miércoles, 29 de julio de 2009

Otra pobre historia sin nombre....

Giré mi cabeza hacia la ventana y vi como el vidrio rasgado me mostraba el exterior. Un exterior coloreado en escala de grises, con fuertes tonos negros, brillantes tonos blancos y aburridos grises. Volví mi mirada al interior del barcito y para mi sorpresa podía distinguir claramente los colores: rojos por aquí y por allá, marrones y blancos en las ropas, diferentes tonos de rosado en la piel de los otros clientes, y miles de colores sin nombre. Asombrado redirigí mi atención al exterior expuesto por el fracturado vidrio de la ventana.
La gente caminaba cabizbaja como si estuvieran arrepentidos de algo. Parecía una lúgubre marcha fúnebre dirigiéndose hacia el cementerio. Todos salvo una joven. No era más grande que yo, ni muy diferente, pero si diferente a la triste procesión urbana: su sonrisa recorría su rostro como un arco iris lo hacia en el cielo tras el cese de la lluvia y la oportuna aparición del sol.
La seguí con la mirada pero los desniveles del vidrio quebrado permitieron que se escapara de mi vista, fundiéndose con la apática multitud.
Pagué rápidamente mi café con leche y tres medialunas de grasa y salí a su búsqueda. Tras abrir la puerta un golpe de viento me atravesó y una ola de colores me arrasó: los lentos grises, los profundos negros y los amplios blancos poco a poco se pegaban a mi ropa y mi cuerpo. Era uno más de la multitud.
Sin embargo, y a pesar de ello, comencé a correr frenéticamente atravesando la lenta marcha de los demás. Por mucho que corría, mis fuerzas no se agotaban, pero no podía distinguirla. Poco a poco un extraño sentimiento se iba apoderando de mí, abrigándose en mi corazón y haciendo mis pasos más lentos y pesados. Finalmente pude entender como se sentía realmente esta triste procesión en la cual, lentamente, iba adentrándome más y más. Era un sentimiento que nunca conocí y que dudo que pueda ser nombrado. Pero a pesar de todo seguí corriendo. Y la vi. Traté de llamarla, pero no conocía su nombre. Cada segundo que pasaba me ponía más cerca de ella. Pero el semáforo cambio de negro a gris y de gris a blanco permitiendo el paso de los funestos peatones. Y volví a perderla de vista.
Al día siguiente volví al mismo barcito sentándome en la misma mesita frente a la misma ventana que ahora estaba como nueva. Miré a través de ella y esta vez me mostró el exterior a pleno color. En ese instante entendí que no la vería más.

2 comentarios:

  1. Esta me gusta mucho más que la anterior historia porque puede ser interpretada de infinitas maneras.
    Cuando la escribí las palabras salian una atrás de la otra sin complicaciones, fluyendo libremente. Disfrute muchisimo escribirlo, espero que les pase lo mismo a ustedes.

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  2. waaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa
    Este me gusto mucho!
    mucho mucho mucho!

    Muy bueno colega!
    (L)

    No se me ocurre un título porque me parece q sin título queda bien, atrae más la atención porque es más raro.

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