martes, 27 de octubre de 2009

Una más...

El suave sonido de las olas al chocarse unas a otras me arrullaba el oído dulcemente, con palabras que no se encuentran en ningún diccionario, con palabras que no se enseñan en ningún lado. Me transmitían la confianza y la seguridad que necesitaba para llevar a cabo mis actos. Mi vida había llegado a su ocaso. El sol se había extinguido en mi y con el, mi vista se había nublado.
Cuando finalmente tenia la fuerza necesaria para arrojarme al mar y perderme en él, sentí que había alguien a mi lado. No recordaba haberlo visto nunca. Lucía de una forma un tanto extraña, con ropas de colores llamativos pero desgastados y algo andrajosas; una descuidada barba grisácea poblaba su mentón y tapaba el frente de su cuello; tenía unos ojos vívidos y alegres, totalmente opuestos a los míos, ahora apagados y tristes.
Al notar su presencia, el extraño giró su cabeza hacia mí e intentó iniciar conversación.
-Que bello día, no es así. El sol nos alumbra intensamente y sin el bloqueo de las nubes caprichosas que solo desean aquella luz para ellas mismas. ¿No es igual de bello el sonido del mar? Es como si tratara de hablar con nosotros, pero debido a nuestra incapacidad de comprender sus palabras, nos perdemos meramente en su sonido...
-... ¿Quién es usted?- interrumpí sorprendido por las palabras de aquel desconocido que parecía entender aquello que el mar trataba de comunicarme y que parecía entender el por qué de mi visita a aquella playa.
-Oh, discúlpeme usted por ser tan descortés y no haberme presentado antes que nada. Lamentablemente no hay mucho que decir sobre mi persona. Soy un simple trovador, un amante de las palabras y las historias. Me han nombrado de las más maravillosas e ingeniosas maneras. Han sido tantos los nombres, que no logro recordar cual es el que me legaron mis padres. Nombrar a una persona o a un objeto, es una ardua tarea. A pesar de mi amor por las palabras, no he logrado darle nombre a algo o alguien, solo pude comprender los nombres ya dados a los demás. Oh, discúlpeme usted una vez más, nuevamente he hablado de más. Temo haberlo aburrido con mi discurso.
Tras esa cadena interminable de palabras, el hombre esbozó una sonrisa que se perdió en su poblada barba gris. No sabía que responder ante semejante discurso. Solo quería agotar mis días en aquel mar de palabras que tenía en frente mío.
-...Despreocúpese, de todos modos ya me estoy retirando de aquí.- respondí con voz apagada y moribunda.
Me levanté sin mirarlo y me dirigí al mar. Pero al avanzar unos pasos, lo sentí detrás de mí. Giré sobre mi eje y lo vi frente a mí.
-Disculpe si le molesta, pero quisiera acompañarlo. Obviamente, si no es mucha molestia para usted.
-Temo decirle que el lugar al que me dirijo, no es un lugar muy agradable. Voy a descansar eternamente, si usted me permite.
-¿Por qué un hombre tan joven como usted iría a tan espantoso lugar? Créame que he pasado momentos que desearía olvidar, pero gracias a aquellos momentos es que estoy aquí, de pie frente a usted, hablándole.
-No es de su incumbencia.- respondí un tanto exasperado por su intromisión.
-Oh, está usted en un gravísimo error, mi amigo, si es que me permite tal título. No puedo dejar morir a una persona que se encuentra frente a mi, no si tengo la posibilidad certera de evitarlo.
-¿Y por qué cree usted que puede evitarlo? Mi sol se ha extinguido, nadie lo puede revivir. No tengo luz que me ilumine.
-Usted está inquiriendo en otro grosero error. El sol nunca se extinguirá, la luz del mismo sigue posándose sobre su persona. Usted tiene la vista sesgada por el dolor de la perdida, está usted ofuscado por la perdida. Pero esa perdida, no es la perdida del sol, que como ve sigue alumbrándolo incondicionalmente, sino que usted ha perdido una estrella. Y era, de seguro, una muy brillante. La más brillante de todas las que iluminan su cielo. Alce la vista una vez más hacia el cielo y vea el sol nuevamente, el le dirá, así como el mar a tratado de decírselo anteriormente, que aquella estrella que usted perdió, reside aún dentro suyo. Dentro de su memoria y que depende de usted mantenerla viva. Su muerte, significaría a su vez la muerte de esa estrella que usted lleva consigo.
Las lágrimas comenzaron a recorrer mi rostro tras semejante revelación. Mi obsesión me había nublado la visión. Ahora todo volvía a verse vivaz y claramente. Me acerqué a aquel desconocido y no pude contener el abrazo cálido y fraternal con aquel que me había dado una razón para mantenerme de pie.
-Quien debería estar agradecido soy yo. Me has ayudado a recordar mi nombre real.- dijo él.
-¿Qué? ¿Como? ¿Cuál es?- respondí sorprendido y con la misma voracidad de conocimientos que un niño.
Acercó su boca a mi oído y me susurró algo que no llegué a descifrar. Luego, comenzó a caminar hacia el sur, siguiendo al mar.

3 comentarios:

  1. Juan... Te felicito...
    Las historias son realmente interesantes...
    Esta ultima me refleja mucho... Solo que yo sigo
    esperando a esa persona sin nombre...
    Espero leerte pronto...

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  2. Gracias che! Me alegra que te haya gustado.

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  3. Me gusto juan, me gustan cortos jaja.

    De nombre te tiro... Barbas de agua o algo así

    y misteriosamente (bah no tan miesteriosamente) el
    nombre que se me vino a la mente mientras leía fue
    Gandalf jajaja

    Espero poder seguir leyendo tus cosas

    saludos, Santi

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